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Flores pequeñisísimas, silvestres.
Pasto, cerro en el centro de la ciudad.
Después de comer, mi hermano me llevó a jugar a un montón de pasto, con unas paletas de velcro, lanzándonos una pelota que se quedaba pegada en ellas hasta que la lanzábamos de nuevo. Después de eso, se limitó a lanzarse a mi cabeza, derribándome, y haciendo que me mojara la espalda producto de la humedad de los pastizales. Entonces, me di la vuelta, y allí estaban unas flores blancas y muy pequeñas, alzándose con valor en un mar verde. No quise desaprovecharlo.
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